Isabel Amor, quién asumió el primero de marzo como directora de educación de Fundación Iguales, repasa en esta entrevista cómo se convirtió en la activista en favor de los derechos de la diversidad sexual que es hoy.

Isabel sabe boxear. Pero jamás ha pegado un combo, y ni siquiera le han dado ganas de dar uno cuando se enfrenta a personas que no entienden y critican la diversidad sexual. “Me dan ganas de conversar, de hacer cosas bastante más pacíficas que pegarles un combo. El combo no llega a ningún lado”, responde, sentada en el sofá de su departamento, la nueva directora de educación de Fundación Iguales.

A sus 32 años, Amor tiene mucho que contar. Por ejemplo, que no posee un título profesional, pero sí muchos estudios, los que pretende seguir aumentando en cantidad y calidad. “No soy profesional, no tengo un título profesional. Soy licenciado en literatura, tengo un diplomado en estudios internacionales, un magíster en Literatura y otro en Sociología”. ¿Por qué tanto estudio? Básicamente, porque lo encuentra entretenido, y considera que es una inversión el tener un cerebro más rápido, que pueda pensar varias cosas a la vez, como construyendo un rompecabezas.

Esta misma Isabel, la estudiosa, la que le pone pasión a las cosas, asume que no le iba muy bien en los colegios por los que pasó, entre Curicó, su tierra natal, hasta llegar a Santiago, y a la que incluso alguna vez un especialista le dijo que tenía problemas de aprendizaje, le recomendaron a sus padres que por lo mismo no entrara a un colegio bilingüe y que se ocuparan de que “que se casara bien”. Hoy, Amor tiene varias carreras en el cuerpo, habla inglés, y es una lesbiana feliz. Una mujer-lesbiana-activista feliz y orgullosa.

¿Quién es Isabel Amor?

— Nací en Curicó en 1984, soy la menor de cuatro hermanos/as, de padre médico cirujano (Manuel) y madre paisajista (Pilar). Me crié mucho en el campo, mis mejores recuerdos son del campo, y espero volver siempre a la región del Maule. Tiene un sentido de tranquilidad y de placer muy simple. El placer de las cosas cotidianas, el olor que tiene el campo, el sabor de las cosas que es muy particular. Donde yo me crié podía ir, avanzar un par de kilómetros y comer frambuesas, manzanas o sandías. Hay una cuestión bien bucólica, incluso idílica de lo que fue mi vida en el campo. En Curicó viví hasta los 8. Luego estuve en Viña del Mar hasta los 14 años. Mis padres se separaron, nos fuimos para allá porque uno de mis hermanos estudiaba en la ciudad, y nos fuimos con mi mamá. Me fascina Viña en invierno, pues nunca estuve ahí en verano, pues me iba al campo.

¿Cómo era la Isabel estudiante?

—No me iba muy bien en el colegio. Me llevaron al doctor a ver qué pasaba, y me dijeron que no iba a llegar a ningún lado, que no me pusieran en un colegio bilingüe, que “me casaran con un hombre bien” básicamente.

—¿Cuándo llegas a Santiago?

—A los 15 mi abuela se enfermó, y de Linares tenía que viajar constantemente a Santiago, así que se trasladamos todos a Santiago. Esta ciudad al principio me cargó, no pude respirar con tranquilidad durante dos años, encontraba que el esmog era terrible. En Viña vivía cerca del mar, mi sala de clases miraba el océano. En Santiago me sentía en una ratonera gris.

Pero no todo fue malo…

—Sí tenía cosas muy buenas. Pude hacer deporte, fui seleccionada de voleibol de la Universidad Católica, eso me permitió viajar, hacer deporte de elite, tener una vida súper rigurosa.

Foto: Francisca Becker

¿Cómo surgió tu veta de líder?

—En tercero medio, en el Colegio Altamira de Santiago, me acuerdo que tuvimos una reunión entre los profesores y los alumnos, y estaban muy molestos porque había una serie de problemas que parecían tremendos en esa época (estamos hablando de gente de 16 años). Y recuerdo haber dicho, ‘bueno, ¿por qué no se organizan si consideran que hay tantos problemas?’. Y ahí armamos un centro de alumnos, y terminé yo de presidenta.

¿Cómo te declaraste lesbiana?

—Yo lo tenía más o menos claro, pero estamos hablando de los años 2000, yo además era muy chica y no sabía dónde había más lesbianas. Cuando me empecé a hacer la pregunta en serio, debe haber sido el 2001, yo vivía en Australia por intercambio de seis meses en el colegio, tenía una tremenda cantidad de libertades, me había pasado el rollo previamente, pero no estaba segura. Cuando llegué a Santiago ya pude empezar a expresarlo, a conversarlo. En el colegio había lesbianas. Además, para mí el lesbianismo era algo que tenía que existir en otros países, yo no conocía ningún homosexual en Chile, tenía una noción muy vaga de que esto era posible. No sabía que se podía ir a carretear, el acceso a Internet era muy limitado.

¿Nunca hubo un conflicto interno con declararte lesbiana?

—Nunca. Sí me pasaba, lo único como a nivel de conflicto,  era que yo no quería la casilla. No quería ser “la lesbiana”, y ahora bien que soy “la lesbiana” y no tengo ningún problema.

¿Cómo luchaste con eso?

—No hacía nada al respecto más que tener el lío en la cabeza. Yo vengo de una familia católica, nunca fue un problema de lo divino, no me parecía que si Dios había creado el mundo con todas las posibilidades, esta fuera una posibilidad mala, no sentía que le hiciera mal a nadie. El único problema al salir del clóset fue que no le gustó a nadie, fue bien duro en mi familia. Además, estamos hablando de hace 15 años, y esto era otra cosa.

¿Cómo lograste integrar esto a tu familia?

—Yo creo que tuve un período bien rebelde. De ir con la polola a la casa, y chantar a la polola. Pero con el tiempo mi familia se ha dado cuenta que mi vida es igual a la de mis hermanos en muchos sentidos. Ahora, esta rebeldía me ha acompañado siempre.

¿Contra qué te rebelas?

—Desde donde yo vengo, es muy fácil rebelarse contra muchas cosas, porque vengo de una familia de campo, conservadora en términos políticos, en términos morales, que, como muchas familias chilenas, ha ido evolucionando y entendiendo todas las cosas. El tiempo ha sido un gran aliado en este caso. Ahora, una vez que acepté mi orientación sexual, fue todo mucho más simple, dejé todas las rebeldías de lado y empecé a vivir mi vida mucho más tranquila, sin sentir que estaba mintiendo.

¿Te mentiste muchas veces?

—No, pero sí a muchas personas. Tratar de no decir el nombre o el sexo de quien estás saliendo, ese tipo de cosas que son muy pequeñas, pero que a larga se transforman en un peso muy molesto.

¿Cómo te acercas al activismo en favor de la diversidad sexual?

—Mi primer acercamiento con este mundo fue gracias a la asociación Las Otras Familias, que fue levantada por Emma de Ramón y Karen Atala, actuales integrantes del directorio de Iguales. A partir de eso, conocí a Emma, quien ha sido una de mis mentoras desde hace 10 años.

¿Cómo llegas a esa organización?

—A través de una coincidencia. Ellas buscaban una periodista que le ayudara a levantar una serie de informaciones, que trabajara ahí, y esa periodista terminó siendo una ex polola mía. Y en una reunión yo la fui a buscar, nos conocimos con la Emma y de ahí nos adoramos, ella es una mujer increíble, de un conocimiento tremendo, es muy generosa. Esa fue mi primera relación con el activismo. De hecho en algún momento tuvimos que ayudar a las chiquillas que estaban armando la asociación Las Otras Familias para constituirse como organización, y yo aparezco firmando como vicepresidenta, cosa estrictamente legal. Eso fue en 2007. Y después empecé a acercarme a la Fundación Iguales.

Detengámonos en ese punto ¿Cómo llegaste a Iguales?

—Primero me invitaron a ser parte en un grupo de mujeres. La segunda vez fue cuando me invitaron a ser parte de un directorio de mujeres para apoyar a una directora que hubo. La idea era tener 3 mujeres consejeras. Luego de eso, fui a otra reunión y hace un par de años atrás, Karen Atala, directora de la fundación, me dice que me acerque a Iguales, que ella es parte de la Comisión Político Jurídica (CPJ) donde podría participar como voluntaria, eso hace dos años atrás. Ahí fui a un par de reuniones, y luego de eso me dijeron que querían un rol para un cargo de directora de formación y activismo para encargarse del voluntariado, pero al mismo tiempo potenciar una vocería lésbica.

¿Y qué sentiste cuando te dijeron eso?

—Lo encontré entretenido, estimulante, nuevo y raro. Me dieron muchos nervios y un poco de pudor porque cuando te dicen “queremos que seas vocera de la Fundación Iguales”, yo no sabía lo que se venía; si era dedicarme a exposición mediática constante, si era solo hablar, entonces no sabía a lo que iba. Pero después en el equipo, con el entrenamiento de medios que me dieron y con el apoyo que te entregan, se hace bastante más fácil de llevar.

Foto: Francisca Becker

¿Cómo han sido estos casi dos años en la fundación?

—Ha sido difícil. Llevo un año y medio trabajando como parte del staff de Iguales, al que me integré como directora de formación y activismo. El primer año fue muy complicado porque nunca antes en había existido alguien con ese cargo, lo que implicó meter en el organigrama a una persona encargada de un montón de personas. La fundación tiene alrededor de 300 voluntarios/as en distintas partes del país y eso hace que el trabajo tenga ciertas dificultades. Por otro lado, el primer año de trabajo yo terminé mis dos magíster, entonces se me hizo muy cuesta arriba, pero luego de terminados los estudios y conociendo el voluntariado, ha sido todo bastante bueno.

¿Cómo cambió Chile en este sentido desde que asumes tu orientación sexual a hoy?

—Yo me imagino que era muy distinto, era muy joven en 2002 y no podría decirlo a ciencia cierta, y no conocía mayormente a lesbianas. Era todo una incógnita.

¿Pero crees que hoy en Chile alguien no sepa que hay lesbianas?

—Después de los dichos de Alejandra Bravo (presidenta del PRI) por supuesto que creo que ser lesbiana en Chile puede ser algo desconocido. Las mujeres estamos muy a trasmano de la esfera pública, sobre todo si no cumplimos el rol de ser biomujer, madre y que te gusten los hombres.

Pero hay muchas ‘Alejandras Bravo’ caminando por la calle…

—A las “Alejandras Bravo” que caminan por la calle les falta educación, empatía, amor…Les falta la experiencia, les falta que le importe un tema que ellos creen que es muy distinto a sus propias vidas. En la política hay mucho de tener la razón y querer mantener ese estatus de tener la razón. A las “Alajandras Bravo” o “Alejandros Bravo” que anden por ahí les falta probablemente saber que se van a equivocar muchas veces y que uno puede decir ‘mira, me equivoqué, efectivamente no sé de esto, bienvenidas las capacitaciones para mí y los que quieran tenerlas’

¿Crees que es más difícil ser lesbiana y liderar?

—Lo que puedo decir es que es mucho más probable que una organización de la diversidad sexual sea conducida por hombres trans o cisgénero que por mujeres trans o cisgénero. Eso puedo decir. Cuando uno mira las organizaciones puede concluir que los hombres tienden mucho más a una organización en forma de ONG que las mujeres. Hay una buena cantidad de lesbianas que tienen sobre 45 años, con hijos de parejas heterosexuales pasadas, y que viven con miedo de lo que pase con ellos a pesar del fallo Atala.

En este año y medio como activista, ¿cuál es tu mayor satisfacción?

—Como activista es hacer efectivamente algo por alguien. Algo que sirva a la sociedad. Me gusta mucho poder ponerle la cara a esta asunto, me parece muy importante.

¿Y tú mayor frustración?

—Creo que la mayor frustración de trabajar en activismo es que la gente cree que uno tiene todos los recursos para trabajar en esto, cosa que es todo lo contrario, entonces eso produce frustración. Pasa que te piden una charla en Chonchi y sabes que no puedes llegar por presupuesto, pero hay un montón de alegrías cuando podemos ayudar a un chico trans a cambiar su nombre y sexo registral en sus documentos de identificación o cuando podemos dar la cara como organización y decirle a un político que lo que está diciendo es una aberración y no corresponde que trate a la diversidad sexual de esa manera o defender a reos por ser victimizados por ser gays  y/o trans.

 Fotos: Francisca Becker.